
La pregunta es si con esta política de seguridad se podrán contener las acciones violentas del narcotráfico y sus terribles consecuencias sociales.Al considerarnos como parte de una misma familia que comparte una misma casa, ¿cuál será el futuro común que Clinton imagina? ¿Uno de prosperidad y seguridad o uno de conflicto y violencia? La política de seguridad para la frontera sur impulsada por la administración Obama es una respuesta que en el ámbito bilateral y local puede fortalecer la lucha mexicana contra el crimen organizado. El aspecto más positivo es el reconocimiento explícito de que Estados Unidos es corresponsable del problema al mantener un mercado de 20 millones de consumidores de drogas, al no mantener un control estricto de armas y dinero ilegal que surte y financia a los cárteles mexicanos.La solución propuesta, sin embargo, tendrá alcances limitados en tanto que sólo ofrece estrategias de control reactivas, basadas en equipamiento, intercambio de información y capacitación de carácter militar, policial y de justicia, dejando inalteradas las raíces sociales y culturales asociadas al problema del narcotráfico.Sin duda la iniciativa y sus componentes representan un avance importante, sobre todo si se le compara con las políticas estrictamente unilaterales que aplicó la administración Bush. El alcance mayor y los primeros beneficios serán notables en el lado estadounidense, ya que al incrementarse la vigilancia en la frontera sur, sin duda afectará el trasiego de drogas hacia su territorio, tal y como ocurrió con el cruce de inmigrantes.Pero, por otro lado, incrementará los problemas del lado mexicano, que a pesar de la asistencia técnica y financiera, no se cuenta con cuerpos de seguridad capaces en el corto plazo de hacer frente a los efectos perversos que tendrá el sellamiento en la frontera.La reflexión final es poner de manifiesto la necesidad que debe existir en ambos gobiernos y en sus sociedades, de que la situación crítica de inseguridad y violencia obliga a tomar acciones conjuntas, que realmente fortalezcan no sólo la cooperación bilateral, sino que permitan abordar de forma integral y homogénea el combate al crimen organizado.
Uno de los cambios implica reconocer la dimensión transnacional de la delincuencia organizada y cómo ésta afecta el desarrollo social y económico de América del Norte y Centroamérica. Por consiguiente, cualquier iniciativa debe trascender lo bilateral y concebirse como regional, complementar el enfoque militar y policiaco con uno de desarrollo y, finalmente, actuar en el plano estrictamente local, fortaleciendo las capacidades locales de respuesta, tanto en estados como en municipios fronterizos.La advertencia para ambos gobiernos es que los temas de seguridad y migración, principalmente, deben abordarse con un enfoque de políticas públicas (policy) y no en términos políticos (politics).En caso contrario se pueden generar consecuencias no deseadas, promoviendo un "choque de culturas" impulsado por los sectores más retrógradas y trasnochados de ambas naciones, poniendo en peligro nuestro futuro común, y olvidando que el verdadero enemigo es la delincuencia organizada.No hay opción: compartir el éxito o la derrota.
Publicado en El Norte, 29 marzo 2009.