Los hechos de violencia registrados en días recientes en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde criminales detonaron un dispositivo explosivo improvisado matando a dos personas e hiriendo a otras siete, así como el atentado en una fiesta en Torreón, Coahuila, que dejó 17 personas muertas y 18 heridas, situaron en el debate público dos interrogantes: ¿estos hechos pueden catalogarse como terrorismo? y, en el caso específico del uso de explosivos en Ciudad Juárez, ¿el uso de esta táctica significa un escalamiento en el nivel del conflicto entre la delincuencia organizada y las fuerzas de seguridad gubernamentales?
La respuesta al caso de Torreón la dio el propio alcalde Eduardo Olmos Castro: "donde han muerto víctimas inocentes, civiles, para mí no existe otro calificativo que el de terrorismo... cuando es gente inocente la que cae, no queda otro término en mi vocabulario".
En ambos casos, tanto autoridades mexicanas como comunicadores nacionales han regateado el término "terrorismo" para describir los hechos. En el caso de Ciudad Juárez, el embajador de México en Estados Unidos, Arturo Sarukhán, declaró que no fue un acto terrorista porque no iba dirigido a civiles sino que: "el ataque estaba dirigido claramente contra la policía". Compartiendo esta posición, un diario nacional, entre la candidez y la ignorancia, señala en su editorial que "por rigor académico resulta dudoso llamar terrorismo a lo sucedido en Ciudad Juárez", ya que "las evidencias indican que el objetivo de la bomba era matar agentes federales".
Esta posición lo único que demuestra es la ausencia de una doctrina sobre terrorismo. Imaginar declaraciones en España diciendo que el coche bomba que estalló la banda terrorista ETA no fue terrorismo porque sólo iba dirigida a la Guardia Civil Española es sencillamente impensable. ETA ha matado decenas de elementos de la Guardia Civil, concejales, jueces, empresarios y civiles, y de acuerdo con el Estado español, son todos sin excepción víctimas del terrorismo. De la misma forma habría que preguntar a las autoridades estadounidenses, si el atentado hubiera ocurrido en El Paso, Texas, si habrían sido tan condescendientes en clasificar el hecho como algo "preocupante" pero no como terrorismo.
A quienes aún tienen dudas de si los actos que la delincuencia viene ejecutando pueden ser tipificados como delitos habría que remitirlos al Código Penal Federal, donde se señala que comete el delito de terrorismo el que "utilizando sustancias tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactivo o instrumentos que emitan radiaciones, explosivos o armas de fuego, o por incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, realice actos en contra de las personas, las cosas o servicios públicos, que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella, para atentar contra la seguridad nacional o presionar a la autoridad para que tome una determinación".
El uso de explosivos no sólo representa una escalada en la espiral de violencia, sino que el uso de esta táctica terrorista complementa las otras que ya viene utilizando la delincuencia organizada en México: explosivos lanzados (granadas), emboscadas, secuestros, homicidios e incendios. También es factible clasificar estos actos como terrorismo dado que sus objetivos inmediatos y de largo plazo coinciden con el de cualquier organización terrorista típica: buscar venganza, hostigar, debilitar o ridiculizar al gobierno, las Fuerzas Armadas u otras fuerzas de seguridad; impedir o retrasar decisiones o acciones de gobierno; demostrar poder o vulnerar la credibilidad gubernamental; mostrar la incapacidad del gobierno para proteger a sus ciudadanos, y forzar a la reacción del gobierno, sobrerreacción o represión ocasionando disentimiento público; interrumpir o desmantelar la infraestructura de apoyo de una fuerza contraria; influenciar el proceso de toma de decisiones a nivel internacional, regional, nacional o local.
Efectivamente, uno de los objetivos del terrorismo es generar miedo, que el diccionario de la lengua española define como "perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario". Esa sensación es la que la mayoría de los mexicanos tienen hoy ante la inseguridad que genera la delincuencia. Pero las autoridades también tienen miedo de llamar las cosas por su nombre. Es necesario reconocer la existencia del terrorismo en México y actuar en consecuencia. No diseñar e implantar una política de seguridad específica para enfrentar el terrorismo en México nos puede llevar a un escenario de violencia social inédito. Las discusiones semánticas, los discursos políticos y las condenas públicas no nulifican la maquinaria de muerte que es la delincuencia organizada, lo que se necesitan son acciones claras y contundentes en materia de terrorismo y contraterrorismo.